lunes, 5 de marzo de 2007

La habitación del hijo

Dirección: Nanni Moretti. Guión y argumento: Nanni Moretti, Linda Ferri, Heidrun Schleef, Asistente de dirección: Andrea Molaioli, Fotografía: Giuseppe Lanci, Escenografía: Giancarlo Basili, Vestuario: Valentina Taviani, Música: Nicola Piovani, Montaje: Esmeralda Calabria, Sonido: Alessandro Zanon, Intérpretes: Nanni Moretti, Laura Morante, Jasmine Trinca, Giuseppe Sanfelice, Stefano Accorsi, Claudia Della Seta, Silvio Orlando, Tony Bertorelli, Luisa De Santis, Darío Cantarelli, Eleonora Danco. Italia, 2001.

El hombre frente al universo

Lo entenderás sin esfuerzo, todo iluminará todo,
la noche no cegará tu camino, te invadirá la naturaleza
y todos los enigmas se resolverán (La habitación del hijo)

Esta vez Nanni es psicoanalista. Como si fuera el negativo de aquél que en Caro Diario o Aprile hacía de sí mismo, ahora su personaje dice y hace todo lo que es políticamente correcto. Padre de dos adolescentes, se escandaliza cuando su hija le pregunta al novio cuántos porros te fumaste? o ante la posibilidad de que su hijo haya robado un extraño fósil de la escuela. Está harto de escuchar las estupideces de sus pacientes pero jamás haría la gran Moretti de escupirles en la cara cuánta pavada están diciendo, aunque sea para descargar un poco de agresión contenida.

A Giovanni se lo ve un poco cansado de su profesión. Cuando habla con los pacientes no es creíble, como si ya ni él confiara en lo que les dice. Desconcentrado en el trabajo, sin embargo, ve como productivo el tiempo invertido en sus hijos. Aun cuando seguirlos y aconsejarlos lo coloquen en una posición de adulto que lo hubiera incomodado en películas anteriores. Recordemos Aprile, cuando mientras cantaba con su hijo en el pecho y una radio en el brazo, se decía a sí mismo: ya es hora de madurar, a lo que inmediatamente retrucaba, riendo: por qué madurar?. En La habitación del hijo se ve un personaje demasiado maduro. E íntimamente, se intuye una crisis entre el actual estado de las cosas y aquella juventud irreverente que ya dejó atrás. ...Qué clase de dedos son estos que no les importa nada de nada?... ...se olvidaron de aquellos tiempos, de lo que significaba estar vivos?...

Tranquilo, Giovanni: aquél Nanni está muy despierto, y se introduce en la ficción cada vez que encuentra un resquicio. Esto es: todo el tiempo. Es quien se deleita con los colores y la danza de los hare krishnas; quien usa constantes salidas a correr como excusa para mostrar las calles de Italia, sus casas y su mar. Y también quien disfruta de pasearse solo por inmensos paisajes, transmitiendo esa primitiva sensación de soledad y comunión, de interrogantes y certezas, propia del encuentro con la naturaleza. O con la muerte.

Giovanni está en el teléfono público de un hospital. Con el rostro desencajado marca un número, temblando. Un contestador atiende del otro lado y él anticipa con su expresión lo que va a decir. Pero la idea no se convierte en voz. No se puede pronunciar esas palabras, comunicar esa noticia. Cómo matar así a su hijo? Sería aceptar que nunca más correrán juntos... y comenzar a despedirse. Primero furia. Después lo más temido: la separación, esa separación, y la ausencia.

Es a partir de aquí que todo planteamiento anterior se vuelve efímero. Quedan atrás nimiedades como el robo y la marihuana. Se quiebra la estabilidad familiar y una especie de fuerza centrífuga separa a los personajes. Cada uno debe transitar el duelo solo, con dificultades para comunicarse con el resto. Sólo un extraño encuentro permitirá que se acerquen a su recuerdo y también entre ellos, que se sienten muertos en vida.

En la misa por su hijo Andrea, el cura dice que los seres humanos no controlan los hechos de la vida. Y si un ser querido muere es porque Dios ha permitido este hecho. Finalmente, explica lo inesperado de la muerte con una didáctica, casi escolar, frase: Si el dueño de la casa supiera a qué hora llega el ladrón, no se dejaría robar. Qué catzo de frase es esta? Qué significa?, se pregunta Giovanni con indignación. Nanni Moretti también es no creer en Dios. Fragilidad ante el vacío que se impone antes y después de la existencia, como los límites inimaginables del universo. Infinita tristeza de no tener un paraíso donde algún día, aunque sea remoto, recuperar todo lo que perdimos para siempre.

Cecilia Pérez Casco, Buenos Aires, 29 de Agosto de 2003.
Dedicado a Adela Ríos y Alberto Cohen.

Crítica publicada en el marco del ciclo de Nanni Moretti organizado por el Gruppo Giovani Toscani junto con la Fundación Cineteca Vida, en Un gallo para Esculapio, Buenos Aires.